19 de junio de 1764.
Comienza el invierno.
El ruido de los carruajes, el galope de los caballos, las voces de la gente, rompen aquí y allá, la tranquilidad de la pequeña ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo.
Un grupo de vecinos vestido “a lo cabildante” van hacia la casa donde viven los Artigas.
Al rato salen todos llevando un niño nacido dos días antes.
Van hacia la Iglesia Matriz, donde luego de realizada la ceremonia, queda en la hoja 209 del Libro I de Bautismo la siguiente anotación:
“Día diez y nueve de junio de mil setecientos sesenta y cuatro nació José Artigas, hijo legítimo de Don Martín José Artigas y de Doña Francisca Antonia Arnal, vecinos de esta ciudad de Montevideo”.
Todos están contentos.
Los padres y los abuelos más que nadie…
Sin duda, el abuelo del recién nacido recuerda en ese momento cuanto tiempo pasó desde que abandonó su Puebla de Albortón, en España, para venir a América.
Don Juan Antonio Artigas, que ese era el nombre del feliz abuelo, había llegado al Río de la Plata en 1716 y desembarcado en Buenos Aires.
Cuando el gobernador de Buenos Aires, Bruno Mauricio de Zabala, vino a fundar un fuerte en la Bahía de Montevideo, Juan Antonio resolvió acompañarlo.
Ahora Juan Antonio se siente orgulloso y feliz de que su familia y su ciudad crezcan.
-¿Qué llegarás a ser tú, mi nuevo nieto, para esta ciudad y esta tierra que tanto he defendido y tanto quiero?
-¡Seguro un hombre de provecho!
Esa visión esperanzadora de Don Juan Antonio Artigas se concreta años después, siendo ya José Gervasio Artigas adulto, con 47 años deja de integrar el Cuerpo de Blandengues, perteneciente a las fuerzas españolas, invasoras de nuestro territorio, para apoyar a la Junta de gobierno que se había establecido en Buenos Aires. Comienza entonces una gesta independentista colmada de sucesos que fortalecieron nuestra identidad como nación y que hoy, 200 años después, conmemoramos con orgullo.
Queremos en esta ocasión destacar parte del ideario Artiguista del cual podemos obtener muchas enseñanzas y comprobar su vigencia.
Es entonces el 15 de febrero de 1811, en la proclama de Mercedes, al decir:
“Unión caros compatriotas, y estad seguros de la victoria….”
“…que el triunfo es nuestro, vencer o morir sea nuestra cifra…”
Donde nos enseña que el trabajo en equipo, uniendo esfuerzos y sobre todo con confianza en lograr los objetivos propuestos es la mejor manera de enfrentar nuestra vida.
En la Batalla de las Piedras, el 18 de mayo, nos demostró como la inteligencia, la estrategia y la entrega hicieron posible que un pequeño grupo de orientales vencieran un gran ejército español, que los superaba en número y en armas, enseñándonos además la humildad de los grandes y el respeto a la vida, cuando en contra de lo común en la época pidió:
“Clemencia para los vencidos, curad a los heridos”
Respetando así la vida de los soldados españoles que habían combatido dignamente.
Ya formada la Liga Federal, establece en el Reglamento para el Fomento de la campaña una serie de artículos y expresa:
“Que los más infelices sean los más privilegiados”
Entregando suerte de estancia a los orientales, pero exigiendo además el trabajo en ellas para mantener esa tierra.
Culminando con esta breve reseña de lo que nuestro prócer nos dejó como legado, queremos destacar cuando desde su cuartel en Purificación, ante la fundación de la Primer Biblioteca Pública, expresó:
“Sean los Orientales tan ilustrados como valientes”