Lecturas ejemplares
Jaime
Lopera Gutiérrez y Marta Inés Bernal Trujillo (Contribución de Andrés Bernal,
Lima)
Este
era un enorme árbol de manzanas al cual un niño amaba mucho. Todos los días
jugaba a su alrededor, trepaba hasta el tope, comía sus frutos y tomaba la
siesta bajo su sombra. El árbol también lo quería mucho.
Pasó el tiempo, el niño creció y no volvió a jugar alrededor del árbol. Un día regresó y escuchó que este le decía con cierta tristeza:
- ¿Vienes a jugar conmigo?
Pero el muchacho contestó:
- Ya no soy el niño de antes que juega alrededor de los árboles. Ahora quiero tener juguetes, y necesito dinero para comprarlos.
- Lo siento -dijo el árbol-. No tengo dinero, pero te sugiero que tomes todas mis manzanas y las vendas; así podrás comprar tus juguetes.
El muchacho tomó las manzanas, obtuvo el dinero y se sintió feliz. También el árbol fue feliz, pero el muchacho no volvió. Tiempo después, cuando regresó, el árbol le preguntó:
- ¿Vienes a jugar conmigo?
- No tengo tiempo para jugar; debo trabajar para mi familia y necesito una casa para mi esposa e hijos. ¿Puedes ayudarme?
- Lo siento -repuso el árbol-. No tengo una casa, pero puedes cortar mis ramas y construir tu casa.
El hombre cortó todas las ramas del árbol, que se sintió feliz, y no volvió. Cierto día de un cálido verano, regresó. El árbol estaba encantado.
- ¿Vienes a jugar conmigo? -le preguntó.
- Me siento triste, estoy volviéndome viejo. Quiero un bote para navegar y descansar, ¿puedes dármelo?
El árbol contestó:
- Usa mi tronco para construir uno; así podrás navegar y serás feliz.
El hombre cortó el tronco, construyó su bote y se fue a navegar por un largo tiempo. Regresó después de muchos años y el árbol le dijo:
- Lo siento mucho, pero ya no tengo nada que darte, ni siquiera manzanas.
El hombre replicó:
- No tengo dientes para morder ni fuerzas para escalar, ya estoy viejo.
Entonces el árbol, llorando, le dijo:
- Realmente no puedo darte nada. Lo único que me queda son mis raíces muertas.
Y el hombre contestó:
- No necesito mucho ahora, sólo un lugar para reposar. Estoy cansado después de tantos años...
- Bueno -dijo el árbol-, las viejas raíces de un árbol son el mejor lugar para recostarse y descansar. Ven, siéntate conmigo y descansa.
El hombre se sentó junto al árbol y este, alegre y risueño, dejó caer algunas lágrimas.
Esta es la historia de cada uno de nosotros: el árbol son nuestros padres. De niños, los amamos y jugamos con ellos. Cuando crecemos los dejamos solos; regresamos a ellos cuando los necesitamos, o cuando estamos en problemas. No importa lo que sea, siempre están allí para darnos todo lo que puedan y hacernos felices. Usted puede pensar que el muchacho es cruel con el árbol, pero ¿no es así como tratamos a veces a nuestros padres.
Pasó el tiempo, el niño creció y no volvió a jugar alrededor del árbol. Un día regresó y escuchó que este le decía con cierta tristeza:
- ¿Vienes a jugar conmigo?
Pero el muchacho contestó:
- Ya no soy el niño de antes que juega alrededor de los árboles. Ahora quiero tener juguetes, y necesito dinero para comprarlos.
- Lo siento -dijo el árbol-. No tengo dinero, pero te sugiero que tomes todas mis manzanas y las vendas; así podrás comprar tus juguetes.
El muchacho tomó las manzanas, obtuvo el dinero y se sintió feliz. También el árbol fue feliz, pero el muchacho no volvió. Tiempo después, cuando regresó, el árbol le preguntó:
- ¿Vienes a jugar conmigo?
- No tengo tiempo para jugar; debo trabajar para mi familia y necesito una casa para mi esposa e hijos. ¿Puedes ayudarme?
- Lo siento -repuso el árbol-. No tengo una casa, pero puedes cortar mis ramas y construir tu casa.
El hombre cortó todas las ramas del árbol, que se sintió feliz, y no volvió. Cierto día de un cálido verano, regresó. El árbol estaba encantado.
- ¿Vienes a jugar conmigo? -le preguntó.
- Me siento triste, estoy volviéndome viejo. Quiero un bote para navegar y descansar, ¿puedes dármelo?
El árbol contestó:
- Usa mi tronco para construir uno; así podrás navegar y serás feliz.
El hombre cortó el tronco, construyó su bote y se fue a navegar por un largo tiempo. Regresó después de muchos años y el árbol le dijo:
- Lo siento mucho, pero ya no tengo nada que darte, ni siquiera manzanas.
El hombre replicó:
- No tengo dientes para morder ni fuerzas para escalar, ya estoy viejo.
Entonces el árbol, llorando, le dijo:
- Realmente no puedo darte nada. Lo único que me queda son mis raíces muertas.
Y el hombre contestó:
- No necesito mucho ahora, sólo un lugar para reposar. Estoy cansado después de tantos años...
- Bueno -dijo el árbol-, las viejas raíces de un árbol son el mejor lugar para recostarse y descansar. Ven, siéntate conmigo y descansa.
El hombre se sentó junto al árbol y este, alegre y risueño, dejó caer algunas lágrimas.
Esta es la historia de cada uno de nosotros: el árbol son nuestros padres. De niños, los amamos y jugamos con ellos. Cuando crecemos los dejamos solos; regresamos a ellos cuando los necesitamos, o cuando estamos en problemas. No importa lo que sea, siempre están allí para darnos todo lo que puedan y hacernos felices. Usted puede pensar que el muchacho es cruel con el árbol, pero ¿no es así como tratamos a veces a nuestros padres.
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